«—Siempre me he preguntado como lo haces…
Se trataba del coq au vin que habían servido para cenar; Madame Pardon continuó:
—Tiene un regusto discreto, a duras penas perceptible, que lo hace encantador y que no puedo identificar.
—Pues es bien sencillo… Supongo que en el último momento le añades un vaso de coñac .
—De coñac o de armañac, el que tenga a mano…
—Pues yo, aunque no es ortodoxo, le pongo aguardiente de ciruelas pasas de Alsacia. He aquí el secreto.»
Una confidencia de Maigret de Georges Simenon
«Con el coq au vin blanc, el comisario Maigret bebe un riesling» cuenta Robert J. Courtine, el famoso escritor gastronómico y fan de la novela negra, que utilizó el pseudónimo de La Reynière (inspirado en el primer crítico literario Grimod de La Reynière) y que trabajó para la sección gastronómica de Le Monde desde 1952 hasta el año 1993, marcando su estilo al de muchos de los críticos gastronómicos de todo el mundo.
Es en su recetario de cocina francesa popular llamado El Cuaderno de recetas de Madame Maigret donde Courtine acompaña cada receta de un maridaje de vino o cerveza y de breves extractos de las novelas del escritor belga Georges Simenon.
Te chivo donde encontré la primera edición de este especial libro de recetas en la reseña que escribí para el III Congreso de Comunicación y Periodismo Gastronómico. Relectura gastronómica de The Foodie Studies.
«No bebe alcohol. Bebe vino. No creo que ella tome el aperitivo. Puede ser que se tome un vaso de burdeos en alguna ocasión, pero no se puede decir que ella beba». «Estoy contento —añadía además Simenon en una carta a Robert Courtine en 1971— de que usted tenga el mismo gusto que yo en lo que concierne a la bullabesa y al pollo al vino que cocina madame Maigret».
Porque para Louise, la esposa del célebre comisario Maigret, el vino no era un simple ingrediente que añadía a las recetas de terruño que cocinaba, sino un verdadero alimento. En su coq au vin blanc sí, pero también en los mejillones que preparaba con dos cucharadas de curri en polvo, en los caracoles a la alsaciana o, entre muchas otras recetas, en su caballa al horno que cocía con vino blanco seco dejándola hacer chup-chup con mucha mostaza y que el comisario olía ya a 200 metros antes de llegar a casa.
Jules Maigret pensaba mejor con el estómago lleno y madame Maigret siempre estaba ahí para satisfacerlo. Daba lo mismo que a él se le olvidara avisarla de no poder volver finalmente a casa para comer cuando ella se había pasado la mañana metida en la cocina o que, con la mesa puesta y a punto de levantar la olla del fuego, le anunciara recién llegado que había tenido un mal día y que no iba a probar bocado. Ella pacientemente lo esperaba bordando, cosiendo o tejiendo y le guardaba y le recalentaba cualquier guiso sin reproches.
Alsaciana originaria de Colmar, además de guisar con amor platos sin los que el comisario era incapaz de resolver los crímenes que investigaba, era la esposa perfecta de los años 30; atenta, dócil y hogareña. No es de extrañar que cuando en una ocasión le preguntaron a Simenon cuál era su amor ideal, respondiera «¡Madame Maigret!»
El hombre que había creado un universo completamente masculino en sus novelas, que describía a sus protagonistas femeninas cómo «apetitosas» y que se jactaba de haber “tenido” 10.000 mujeres, resulta que estaba enamorado de la mujer de su comisario.
Sumaba puntos que madame Maigret estuviera dispuesta a improvisar, sin quejarse, un plato delicioso en cualquier momento del día o de la noche …
A pesar de que Maigret no hubiera sido Maigret sin Louise, para Georges Simenon los personajes femeninos eran sencillamente tan deliciosos y apetecibles como para él lo era una andouillette. Ese embutido relleno de tripas de cerdo tan francés es de lo más “delicado” comparado con las palabras y las expresiones que el belga usaba para referirse a las mujeres.
Gastroliteratura en el mercado del barrio
El periodista y fan terrible de Simenon, Joan de Sagarra, explicaba este pasado martes en la 1a edición del ciclo de Gastroliteratura del Mercado de la Concepció, aquí en Barcelona, que «se sentía avergonzado por cómo de bestia había sido Simenon hablando de las mujeres».
En la primera charla del ciclo dedicada a Los secretos culinarios del Comisario Maigret y Georges Simenon, a cargo de Carlos Zanon, escritor y comisario del festival literario centrado el género «Noir», BCNegra, y del propio Sagarra, éste nos transmitió a los allí presentes su pasión por Maigret, pese al machismo de su autor.
Quien, sin embargo, arrancó con la charla y terminó poniéndole la guinda ni fue un escritor, ni tampoco un crítico gastronómico. La frescura y la cercanía se la aportó, nada más y nada menos, que una verdulera. Verdulera y presidenta de la Asociación de Comerciantes del Mercat de la Concepció. Àngels Fisas, del puesto de Verdures y Fruites Molins, payeses del Baix Llobregat, recordó que no solo es el producto fresco, ecológico y de proximidad el que hace singulares a los mercados sino el trato de tú a tú y la complicidad que se crea entre la clienta y la vendedora.
Esos gestos cómplices que aún resisten en «el mercado de la Conchi» como le llama mi suegra, nacida y criada en el barrio del Eixample, cuyos ojos de setenta y tantos han visto como muchos de los comercios, del que sigue siendo su barrio en Barcelona, han ido cerrando ante la invasión de establecimientos de brunch y de speciality coffee repletos de turistas.
Por el bien de los que vivimos en el Eixample —si, sorpresa, aunque parezca mentira en el centro todavía quedamos vecinos que esquivamos en cada esquina de manzana las colas de guiris que esperan su tostada de aguacate y su pudín de chía convencidos de tomarse un desayuno typical Spanish— y, sobre todo, por la cultura de mercado que ha tenido históricamente Barcelona, «La Conchi» debe seguir siendo el símbolo de La Resistencia antes de que le ocurra lo mismo que a «La Boquería».
«Los mercados son el ágora de los barrios» repitió varias veces Àngels durante la charla, haciendo hincapié en su importancia como espacios de cultura, de vida social y, además de comercio, incluso de política donde mujeres y hombres se igualan.
Ella, cerca de cumplir 50 años vendiendo verduras en el Mercado de la Concepció, no tuvo reparos en reivindicar con orgullo que es una verdulera. Con toda la naturalidad del mundo y con una ilusión contagiosa, Àngels es de las que defiende que otra manera de contar las cosas es posible.
Sin ir más lejos, y por mucho cariño que despierte la madame Maigret que transcribía las recetas intercambiadas con su amiga, la mujer del doctor Pardon, en un cuaderno de tapa roja que Maigret le trajo de una papelería del bajo Montmartre, la Louise del 2025 sería muy distinta. Probablemente tendría su canal de cocina en Youtube, puede que hasta hubiese pasado por las primeras ediciones de MasterChef y escribiría para El Comidista o para el Comer de La Vanguardia. Como la llamarían grandes marcas para colaborar con ella, muchos días los largos showcookings le impedirían llegar a casa antes que su marido. Y, a lo mejor, hasta sería el comisario quién haría la compra en el mercado y a base de volver, día sí y día también, acabaría entablando amistad con algún verdulero.
NOTA: Por cierto, las charlas de gastronomía y literatura junto a las degustaciones de platos inspirados en varias obras de novela negra tendrán lugar cada cuarto martes de mes. De enero a junio a las 18.00 horas, en el corredor central del mercado. Si no puedes asistir, no sufras que yo te las cuento y así, de paso, aprovecho para charlar con Àngels.
Cuentos del Vino
Narrativas distintas con protagonistas distintas.
Mesdames Maigret del siglo XXI que además de disfrutonas y picosfinos, sean unas wine-jefas como lo es madame Marchand en La nariz de oro:
«¿Podría haber osado robar una botella en un arrebato de locura?», se preguntó al plantarse en la entrada principal de La Boquería. No sería ni la primera ni la última sumiller en hacerlo. Existían casos sonados, tanto en España como en Francia, de sumilleres amigos de lo ajeno, pero que sucediera en un hotel como el Ritz, con el que ella tenía un vínculo tan estrecho, le molestaba igual o más que si hubiera sucedido en su propia bodega.
Fue esquivando la horda de turistas que, desde bien temprano, desfilaban por el pasillo central del mercado con vasos de plástico llenos de zumos tropicales cuya calidad era más que dudosa dado su precio. Buena parte de los puestos de fruta habían sido invadidos por paletas y más paletas de colores a derecha y a izquierda, listas para atraer a los guiris despistados que miraban a través de la cámara de sus teléfonos. Avanzó hasta la barra de El Pep y, entre golpes de mochilas, pisotones de sandalias con calcetines y paraguas plegados que, con el mango alzado, guiaban en distintos idiomas a grupos de lo más variopintos, se sinceró con ella misma.
Puedes hacerte con la novela aquí.
¡Salud!